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No sabe en qué momento se decantó por seguir la tradición familiar, pero parece que el ser sastre se lleva en los genes en los Rodríguez. Paulino es la cuarta generación de esta larga saga de sastres, ya lleva casi tres décadas en el sector pero ha estado toda una vida entre maniquíes. «Yo he crecido en una sastrería», comenta orgulloso. Una máquina de coser con más de un siglo de historia de su bisabuelo -ahora colocada como decoración- da fe de esta tradición centenaria. «Yo empecé en Béjar que era donde mi padre tenía la sastrería y decidimos venir a Salamanca», explica Paulino.
Ya son veintisiete años los que lleva Paulino al frente de la Sastrería Rodríguez -primero en Wences Moreno y desde hace algo más de una década en la calle Toro-. En estas tres décadas el concepto de los trajes hechos ha medida ha cambiado mucho y ahora se prefiere comprarlo diferectamente, «aunque no tiene nada que ver, sienta el doble de mejor», asegura Paulino. Sin embargo, este tipo de producciones conllevan un tiempo y, al parecer, «la gente lo quiere de hoy para mañana». Una premisa que es imposible en sastrería, una profesión que requiere tiempo y mimo.
Un proceso que conlleva la visita del cliente, que elija el tejido, tomar las medidas, montar el traje para la prueba, coserlo, de nuevo probarlo para ajustar todos los detalles y pasar por la máquina otra vez hasta que dar con el resultado final. Toda esta atención repercute de forma inevitable en el precio, aunque hay quien pone por delante la calidad. «Se venden más trajes hechos porque los hechos a medida son más caros», confiesta. Eso ha provocado el declive de este tipo de negocios hasta quedar solamente él en la capital. «Cuando vine a Salamanca había quince o dieciséis sastrerías, ahora solamente quedo yo», apunta.
El único en la ciudad que ofrece este servicio que para muchos es un capricho, y para otros necesario. «Hay dos tipos de público, el minoritario es el que quiere tener un traje a medida y el mayoritario es el que lo necesita porque no lo encuentra hecho en ningún sitio por las dimensiones», añade Paulino.
Resulta curioso que lo que más le acerca y lo que más le aleja del público, según Paulino, es lo mismo: la atención. Preguntado por cómo ve la evolución del comercio local en Salamanca cree tener la razón por la que muchos prefieren las grandes superficies al trato personal de un negocio de proximidad. «Creo que hay gente que no entra para no tener que despedirme de mí si no le gusta nada», asegura.
Una impresión que ha ido ganando fuerza con los años, sobre todo, con el trato impersonal que ofrecen otras superficies. «Yo si entras te voy a intentar atender pero hay gente que ya no quiere eso», añade. Por suerte, hay quien valora todo lo contrario: el asesoramiento, el consejo, el cuidado y la profesionalidad. «Es cierto que la mayoría aprecian esa atención y que trates de ofrecer algo diferente», asegura.
En ese deseo por diferenciarse y que el cliente encuentre una razón para repetir en Sastrería Rodríguez reside ir adaptándose al momento aunque asegura que su sector es «bastante clásico». «Yo tengo lo que a mí me gusta y no tiene por qué agradarle a todo el mundo, pero fundamentalmente son trajes más clásicos», apunta Paulino. Un sector que se ha mantenido con pocas alteraciones pero que ha ido evolucionando de la mano de la sociedad. Y ya van cuatro generaciones que acompañan a los Rodríguez.
Hacen que la tradición continúe y la historia de Salamanca permanezca en los armarios de la población. Paulino prepara al año unos sesenta pedidos de capas charras y reconoce que «es un tipo de prenda que cada vez se está vendiendo más», asegura. Si hace cien años era una vestimenta práctica, en la actualidad se concibe mayoritariamente como un regalo. Una joya para regalar, como el caso de esta madre que no quería dejar a uno de sus hijos sin capa. «Tenía solo una y dos hijos, a uno se la dio y al otro se la compró», asegura. Un matiz sentimental que hace aún más especial esta pieza. Aunque también forma parte de algunas tradiciones. «En algunos pueblos de Ávila hacne pedido los quintos», apunta. En cualquier punto del país y también con pedidos internaiconales, la capa charra deja huella.
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