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M.J Carmona
Domingo, 18 de mayo 2025, 17:50
Lucía Acitores Montero ha encontrado en el dibujo una manera de hablar con el mundo sin tener que alzar la voz. Nacida en Villalcón, un pequeño pueblo de Palencia que ella misma describe como «objetivamente feo», ha hecho de ese paisaje rural —con sus silencios, su lentitud y sus rutinas— un terreno fértil para la creación. Allí, donde no pasa nada, parece que lo esencial encuentra su espacio.
Formada en Salamanca, donde cursó el grado en Bellas Artes y donde actualmente realiza su doctorado, Lucía ha construido una trayectoria en la que la memoria, la tradición y una estética kitsch se dan la mano con una mirada profundamente contemporánea. Recientemente ha sido galardonada con el Premio San Marcos en la categoría de dibujo. La obra premiada, que puede verse estos días en la sala de exposiciones del Palacio de La Salina, habla con delicadeza y profundidad de esos temas que atraviesan todo su trabajo.
Le interesa lo automático, lo que sale solo. Dibuja con bolígrafo —ese objeto escolar, cotidiano, íntimo— porque le permite combinar lo inmediato con lo meticuloso. Le gusta la repetición y el azar, las capas de sentido que se superponen, los errores que se quedan y hacen su parte.
Aunque su trabajo nace muchas veces de recuerdos y de vivencias personales, Lucía no busca hacer terapia con el arte. «Para mí, la pintura y el dibujo son un lenguaje», afirma. Y como todo lenguaje, está lleno de símbolos, intenciones y matices que a veces van más allá de lo que puede explicarse con palabras.
Lucía reivindica lo kitsch desde un lugar afectivo y también irónico. Le interesa lo exagerado, lo sentimental, lo que a veces se considera de mal gusto. Pero también lo que remite a la infancia, al desparpajo de mirar el mundo sin filtros. Cita el camp, los objetos de consumo masivo, la cultura pop... y se ríe de los cánones sin dejar de dialogar con la tradición artística española.
En Salamanca ha encontrado una comunidad creativa que la impulsa, una red de afectos y estímulos que complementa ese otro refugio que es su pueblo. «Salamanca me ha dado el espacio para empezar a decir 'yo soy artista'», confiesa.
Ahora mismo trabaja en un proyecto tan literal como poético: pintar con su propia sangre menstrual sobre figuras de arcilla. Una forma visceral de hablar de la memoria, del cuerpo y de la genealogía femenina. También prepara una interpretación visual de la obra de Carmen Martín Gaite, 'Caperucita en Manhattan' junto a otras artistas que pronto se podrá ver. Lucía no tiene prisa por deslumbrar ni por cambiar el mundo. Le basta con seguir creando desde ese lugar honesto, a veces incómodo, siempre suyo.
Y en ese hacer, con bolígrafo en mano, Lucía Acitores Montero está trazando una obra que no busca gustar a todos, pero sí tocar algo profundo en quienes se detienen a mirarla. Así, no solo está dejando una huella en el mundo del arte, sino también una lección sobre cómo vivir y crear sin perder la esencia de uno mismo.
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