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Es historia. Es cultura. Es transición. Es literatura. Es música. Y sí, es un bar. Pero no es uno cualquiera. El Alcaraván se funda en 1980 asociado con la librería Víctor Jara -de la que se separaron más adelante- y lleva funcionando como una cooperativa estos casi 45 años. «¿Quién diría en 1980, cuando se inició esta andadura, que íbamos a llegar hasta aquí»?. Así se presentan en su página web y lo cierto es que responder a esa pregunta es complicado. Los socios fundadores, ahora todos jubilados, no podían imaginar que las paredes de ese bar serían testigos de tanto arte.
En su momento surgió como un espacio para acoger movimientos culturales, políticos y sociales. Los años ochenta daban lugar a puntos de encuentro y debate y el Alcaraván se situó como una referencia en la ciudad. «Ahora es menos común pero en los primeros años del Alcaraván si que eran comunes reuniones políticas», explica Raúl, uno de los socios actuales del bar. En un armario guarda carteles de una manifestación en contra de la OTAN y papeles que reflejan que una mesa de este bar observaba la crispación política del momento «cuando la política era política», comenta Raúl.
Bares con historia
El Alcaraván nacía en medio de la transición española con la política del país «en plena ebullición». Cumplía su primer año cuando se produjo el intento de Golpe de Estado el 23 de febrero de 1981. «En esos momentos había muchos cuchicheos y gente que se escondía», explica. Un nerviosismo que, a pesar del paso del tiempo y con otro tono muy distinto a los años ochenta, todavía se observa tras la barra del bar con la actualidad del momento.
Sin embargo, la forma de hablar de política, al menos en el Alcaraván, siempre ha sido «cabal y basada en intercambios de opiniones no en conflictos». De los hechos más recientes, Raúl habla de la DANA de Valencia y cómo la gestión de esta catástrofe ha servido de conversación durante semanas. Temas delicados o asuntos más banales, «desde la Champions a la poeta Gioconda Belli, cualquier cosa es caldo de cultivo para poder comentarlo en un bar», asegura Raúl.
«El éxito de este bar se debe a la gente: tener clientes habituales y ser capaces de atraer a los estudiantes», explica mientras señala a varios grupos que llevan el café de media mañana como rutina durante años. Esos asiduos a los que no tienes qué preguntarles qué van a tomar porque será 'lo de siempre'. Y en el otro lado de la balanza, tratándose de uno de los puntos más turísticos de la capital -en la calle de la Compañía- también acogen a los visitantes que hacen parada para reponer fuerzas.
Sin embargo, Raúl reconoce que esta dinámica ha cambiado mucho con el paso de los años. ¿La razón? El turismo cada vez está más planificado y da poco margen a la improvisación. «Ahora hay grupos de turistas que van con una guía entonces tienen muy marcado el recorrido, los que vienen son los que van por libre con su mapa visitando la ciudad», asegura. Esos aficionados del turismo de antaño son los que toman el Alcaraván como «una parada obligatoria».
Los bares de toda la vida tienen la magia de construir historias para toda la vida. Raúl recuerda recientemente a dos matrimonios que se encontraron en el Alcaraván después de muchos años sin verse. «Al poco tiempo, vinieron los hijos de ambos matrimonios y se encontraron también aquí», comenta.
Medio siglo de historia da lugar a encuentros pactados, improvisados y fortuitos; y a que esos encuentros pasen de generación en generación sentados en la misma mesa del mismo bar por mucho que pasen los años. «He conocido a los padres, a los hijos y espero conocer algún día a los nietos», remarca orgulloso Raúl.
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