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Cuántos repasos de última hora en la terraza de la Cafetería Colegio Mayor Oviedo habrán salvado un examen importante. Cuántos cafés habrán despertado a estudiantes para encarar una clase crucial. Cuántos pinchos de tortilla habrán acompañado los almuerzos. Y cuántas veces habrá sido esta cafetería el lugar de celebración ante una buena noticia, académica o no. Esa es la esencia que tiene este local inaugurado en 1996, concentrar entre sus cuatro paredes las alegrías y las penas de la etapa universitaria. «Lo fundó mi suegro y yo entré a trabajar aquí en 2003», cuenta David, el actual dueño del bar.
Bares con historia
Tres décadas después la esencia continúa siendo la misma que en sus orígenes: hacer que los estudiantes se sientas como en casa. Aunque es un local de paso en el que el mismo David reconoce que las visitas son muy dinámicas. «Vienen, se toman un café o un pincho y se van corriendo para las clases», asegura. Eso sí, aunque rápida es diaria. Precisamente, esa habitualidad es lo que da a este local el matiz familiar. «En la Residencia Universitaria hay unos 300 estudiantes y cuando bajan aquí los tratamos como si fueran nuestros hijos», comenta.
Algunos estudiantes que vienen de otras provincias y se encuentran lejos de sus familias encuentran en este bar un sitio de confianza. «Los padres vienen muchas veces y nos piden que les ayudemos si lo necesitan y siempre están muy agradecidos», asegura. También aquellos que, después de cuatro años de etapa universitaria teniendo el Oviedo como parada obligatoria, se les hace duro pedir el que será el último pincho como estudiante. Aunque siempre es el penúltimo.
«Lo que más ilusión me hace es que los que venían como estudiantes años más tarde vengan con sus hijos». Ese es el gran triunfo de la Cafetería Oviedo, que cale tanto entre los estudiantes que, con su vida ya formada, sigan considerando esa cafetería como un templo al que acudir en cada visita. «Muchos están fuera de Salamanca y siempre que vienen por aquí se pasan», añade. Los ojos de David se iluminan al recordar algunos de los reencuentros ocurridos y con orgullo define cuál es la clave de este éxito. «Tratamos de ser muy familiares y ofrecer ese trato para que se sientan como en casa», apunta.
Es lo que tiene forjar una relación familiar, que al final el vínculo lleva a comportamientos propios de un padre. Como recorrerse más de 300 kilómetros para que un alumno pudiera hacer un examen. «Se le olvidó el DNI en su casa y no podía presentarse a un examen importante», cuenta David. La angustia del joven llevó al dueño de la Cafetería Oviedo a buscar una solución rápida: «Sus padres no podían venir así que cogí el coche, bajamos a Cáceres, cogimos el carné de identidad, subimos e hizo el examen», recuerda.
Puede que aquel joven en unos años no recuerde de qué era el examen, ni siquiera si aprobó o suspendió pero seguro que guarda en su memoria el día que su camarero de confianza le salvó de una segunda matrícula asegurada.
El pincho más demandado en la Cafetería Colegio Mayor Oviedo responde al nombre de 'la Bomba'. Una denominación original del propio bar que surge de una divertida anécdota. «Aún estaba mi suegro y vino un ponente a la cafetería antes de dar una conferencia», contextualiza David. Café y pincho de chichas fue lo que pidió y seguramente aún se acuerde de esa mañana. «Al comer el pincho se manchó la americana y se la llenó de grasa pero no tenía tiempo para ir a cambiarse», explica.
Parece que las soluciones rápidas vienen de familia y, ni corto ni perezoso, el suegro de David se quitó su americana -«entonces los camareros la llevaban»- y se la prestó. «Se fue con el sacacorchos, la libreta de apuntar, un bolígrafo...», recuerda divertido. Al acabar la conferencia, regresó al bar para devolverle la chaqueta y al explicar cómo se había manchado culpó a «esa bomba de carne» que desde ese momento recibe el nombre de «bomba de chicha».
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