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A principios del siglo XX, los caballos tiraban de los carruajes y funcionaban como el principal medio de movilidad. Estos animales resultaban esenciales para el uso militar y ayudaban en el campo para labores de arado y transporte de mercancías. También funcionaban como un apoyo fundamental para conseguir el orden público y la seguridad estatal. Y en ese contexto, donde el caballo se percibía como un imprescindible en las rutinas cotidianas de la sociedad, ya funcionaba Marjoman.
La empresa de fabricación y distribución de productos para equitación en Salamanca sobrevive hoy a una cuarta generación. José Luis es quien regenta en la actualidad el negocio referente en productos para el caballo a nivel nacional. «Mi bisabuelo fue quien abre este negocio que en su momento era muy diferente a lo que es ahora», explica. La realidad de principios del siglo XX era muy distinta a la de ahora en lo que al sector hípico se refiere. «Lo que demandaba aquellos tiempos la guarnicería era algo utilitario, apenas había coches y se desplazaban con carros tirados por caballos», añade José Luis.
Aquellos años la fabricación de productos para el caballo se centró en las necesidades del momento. Sin embargo, la evolución del sector ha sido drástica. «Todo sigue igual en cuanto a lo que necesita el caballo y, a la vez, todo ha cambiado mucho», reflexiona José Luis. Ya su abuelo se tuvo que adaptar a un contexto complicado y la Guerra Civil fue uno de los momentos claves en esta evolución del sector. «Trabajó para el ejército y ya en esos años fue pionero en la modernización del taller», comenta.
De su abuelo al mando ya recuerda «cierta tecnología» del momento. Sin embargo, fue con el relevo de su padre cuando comenzó a ser más consciente de esa industrialización. «Hemos tenido que adaptarnos a lo que demanda el público», comenta. Esa metamorfosis necesaria no sólo se ha visto reforzada por la irrupción de la tecnología sino también por los cambios sociales de los que Marjoman ha sido testigo. «Ahora la equitación está centrada en el ocio y en el deporte mayoritariamente», asegura.
Marjoman ya no equipa a los caballos que tiran de los carruajes, ¿o sí? La realidad es que, de algún modo, la empresa de 2025 se acerca a lo que su bisabuelo vivió a principios del siglo XIX. Aunque sea en la ficción. «Algunas sillas se han fabricado para películas o series», comenta. La serie de televisión Brittania es un ejemplo de este suministro a producciones audiovisuales. En este caso, se necesitaba una silla de montar de la antigua Roma y fue esta empresa salmantina quien la proporcionó. También fabricaron una silla para la superproducción americana Warcraft. «Es un orgullo para nosotros», añade.
Este tipo de demandas más especiales, que se salen de la rutina de producción y distribución, guardan un hueco especial en la memoria de la empresa. «Tenemos también una silla especial que nos pidió Bertín Osborne, de dos plazas, para iniciar en la monta a los niños o las que fabricamos para organismos oficiales», explica. Proporcionan el equipo para los caballos de la Guardia Civil y son partícipes también del desfile de la Fuerzas Armadas. «Hemos trabajado muy duro para llegar hasta ahí», comenta orgulloso José Luis.
Incluso trabajan como proveedores del -elegido dos veces- mejor parque del mundo: 'Puy du Fou', en Toledo. En algunas de sus representaciones históricas, el caballo juega un papel fundamental y van equipados con los productos de esta empresa salmantina. «Es una pasada la que tienen ahí montada», bromea. Al preguntarle por la dificultad para imitar estos productos de época para el caballo, José Luis lo sintetiza de una forma sencilla: «Es curioso ver cómo ha evolucionado todo pero lo esencial sigue siendo lo mismo: una silla, una cincha, una correa y unos estribos», añade.
En las etiquetas de sus productos presumen de una fabricación artesanal y lo cierto es que aún llevan con orgullo la definición de fabricantes guarnicioneros que elaboran a mano la equipación del caballo. «Las máquinas son auxiliares, nos ayudan en nuestro trabajo pero la manera de hacerlo es totalmente artesanal», asegura. Fe de ello dan los trabajadores que rematan a golpe de aguja las sillas de montar, algunos de ellos, durante más de 25 años. No obstante, ese «apoyo» tecnológico les ha permitido optimizar de forma considerable el tiempo. «Ahora una silla un poco especial igual nos cuesta 30 o 40 horas de trabajo, antes eran semanas», apunta. Si su bisabuelo levantara la cabeza no se lo creería, asegura él. Y no sólo habla de la máquina que por medio de un láser hacen los cortes al cuero -que también- sino a que una cuarta generación mantenga con pasión lo que un día él levantó.
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