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Es una especie en extinción. Las mercerías en las ciudades desaparecen a un ritmo vertiginoso: la falta de profesionales sumado al declive del comercio local hacen de este tipo de negocios las víctimas perfectas. Y en este panorama poco prometedor, un destello de luz: la Mercería Can-Can resiste en el centro de Salamanca después de más de cuatro décadas. «Dicen que voy a cerrar pero no es verdad», explica Carlos, el dueño del comercio. En la calle Arco encontró «hace ya muchos años», como él mismo recalca, un futuro sin esperarlo.
Tenía dieciocho años, había vuelto de la mili y finalizado sus estudios. En este contexto, el traspaso de la mercería se presentó como una oportunidad. «Lo cogimos una amiga y yo, luego esa amiga se fue y mi madre me ayudó unos años», explica Carlos. Una decisión arriesgada puesto que entonces, él mismo reconoce que no sabía ni qué era un botón. «Mis padres fueron los que me animaron», asegura. Así, cogió el relevo de lo que ya era una mercería conocida para continuar dándole vida.
Negocios de toda la vida
Empezó desde cero y a lo largo de los años no sólo se ha convertido en una referencia en la capital sino que también ha ido ampliando los artículos en base a las necesidades. «Me he hecho un experto en el tetris», bromea. Sin embargo, y a pesar de la juventud de entonces y el riesgo de tomar un negocio sin tener nociones previas ni haber tomado la experiencia como aprendiz, aquella decisión no la tilda de valiente. «Ahora sí lo sería, pero en esos años no. Entonces te tirabas a la piscina de cabeza», explica.
En la actualidad, no sólo las condiciones no acompañan sino que emprender en el comercio implica un sacrifico continúo. «Yo porque me lo paso muy bien y me río mucho pero entiendo que la gente no quiera porque sé lo que implica», añade. Además de horarios esclavos y la responsabilidad del autónomo, el estar cara al público también implica un esfuerzo. «Tienes que tener mucha paciencia», asegura. La combinación de todos los valores que acompañan al comercio local representados en esta mercería ha hecho que el pasado año recibieran el reconocimiento en la Gala del Comercio por su trayectoria.
«Hay gente que no sabe cómo se compra un botón», indica Carlos para tratar de reflejar cómo han evolucionado los clientes a lo largo de los años. Mientras que las generaciones más veteranas ven el coser un botón o el meter un bajo como una práctica sencilla, los más jóvenes lo consideran una auténtica odisea. «Son generaciones que lo pagan, tienen que tener dinero para que se lo hagan porque si no se quedan sin el botón», explica.
En esta realidad innegable se abre una pequeña esperanza: que el coser se convierta en una moda. «Yo espero que sí, que las nuevas generaciones aprendan aunque sea lo básico porque no te puedes sentir orgulloso de no saber coser ni un botón», explica. De hecho, el gusto por el mundo de la costura parece que va ganando adeptos, también en Salamanca.
«Ahora está de moda porque ya hay gente joven que se apunta a cursos para aprender a coser». Carlos tira así una lanza a favor de la juventud que por tendencia o por necesidad, quiere aprenden esta práctica. La capital cuenta con varios talleres de costura y algunos de esos alumnos acuden a la Mercería Can-Can para hacerse con el material. «Hay algunos muy buenos», añade. El futuro sembrado para que la costura se mantenga viva y el dicho 'coser y cantar' para describir algo fácil, vuelva a ser una realidad.
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