Borrar
Urgente Las noticias imprescindibles de Salamanca este viernes 6 de diciembre
Los naxi nos enseñan a bailar sus danzas con suerte desigual Fotos: Rosa Palo
El día que me hago naxi y descubro el lenguaje universal del fútbol

La China de Rosa Polo | Día 8 (Lijiang)

El día que me hago naxi y descubro el lenguaje universal del fútbol

Los guías nos llevan a la ciudad antigua de Lijiang y nos imbuímos en la cultura de esta minoría étnica de origen tibetano, donde los hijos son propiedad de la madre

Domingo, 11 de agosto 2024, 00:17

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

He comido liquen y yak con los naxi. He bailado alrededor de una hoguera con los naxi. He visitado aldeas naxi. He estado en un museo naxi. He hecho tofu en una casa naxi. Y, si me lo propongo, podría escribir este artículo en la lengua de pictogramas de los naxi.

Los naxi son una minoría étnica de origen tibetano, y la culpa de esta inmersión en su cultura la tiene Martin, un nuevo guía que se ha incorporado al grupo. Martin es naxi, claro, y nos habla acerca de su pueblo con conocimiento, pasión y un inglés esforzado: cuando no le sale una palabra, guiña mucho los ojos y aprieta los dientes hasta que, de repente, la escupe.

De todo lo que nos cuenta Martin sobre los naxi, lo que más me llama la atención es su organización matriarcal. Los hijos son considerados, exclusivamente, de las mujeres, y ellas son las cabeza de familia, las que heredan la propiedad y administran los recursos. Además, las parejas naxi no cohabitan: el hombre visita a la mujer en su 'cuarto de las flores' (pura poesía) y, a la mañana siguiente, vuelve a casa de su madre, donde vive. Si cualquiera de los dos pierde el interés en la relación, basta con que el hombre no vaya a visitar a la mujer o que ella no le abra la puerta para darla por finiquitada. Ante mi alucine, el heredero me apunta que no es el único matriarcado en el mundo, y enumera unos cuantos más. Ya habló el protosociólogo. Y sigue hablando en el bus hasta que llegamos a la antigua ciudad de Lijiang, la cuna de los naxi. Y nos quedamos mudos ante su belleza.

Arriba, una cafetería de la antigua Lijiang, a todo color. Abajo, a la izquierda, aprendiendo a escribir naxi. A la derecha, la plaza de la ciudad. R. P.
Imagen principal - Arriba, una cafetería de la antigua Lijiang, a todo color. Abajo, a la izquierda, aprendiendo a escribir naxi. A la derecha, la plaza de la ciudad.
Imagen secundaria 1 - Arriba, una cafetería de la antigua Lijiang, a todo color. Abajo, a la izquierda, aprendiendo a escribir naxi. A la derecha, la plaza de la ciudad.
Imagen secundaria 2 - Arriba, una cafetería de la antigua Lijiang, a todo color. Abajo, a la izquierda, aprendiendo a escribir naxi. A la derecha, la plaza de la ciudad.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, las fachadas de las casas de madera están decoradas con farolillos y flores que revientan de colores, y los canales de agua, cruzados por pequeños puentes, se desparraman por las calles empedradas y bulliciosas. Callejeamos entre tiendas donde venden té, dulces, fideos y frutas enormes y desconocidas, y cada rincón es tan hermoso, tan exquisito, que me faltan ojos y móvil. Desafortunadamente, para fotografiarlos tengo que hacerme hueco entre miles y miles de visitantes chinos y diecisiete europeos; nosotros, vaya. Tantos turistas acabarán (acabaremos) expulsando a los locales. Si es que no lo hemos hecho ya.

Durante la cena en Lijiang, un bufet libre de comida e idiomas, nos mezclamos propios y extraños. No sé cómo, pero acabo hablando de fútbol con Martin: «Messi runs very fast, very fast!», me dice. Aquí es verdadera devoción la que hay por Messi, igual que en el pueblo de 'Amanece que no es poco' la hay por Faulkner. Mi santo, madridista irredento, tuerce el morro hasta que nos presentan a un señor chinísimo que, al saber que somos españoles, suelta un «¡Real Madrid!» que tiembla la Gran Muralla. Acto seguido, cita a los clásicos: Butragueño, Beckham, Zidane… Mi santo le enseña su vídeos en el Bernabéu y el hombre abre We Chat para indicarle que se los envíe.

«No bebas más»

El Estanque del Dragón Negro, cerca de la antigua Lijiang. R. P.

A Leonor no le hace falta traducirnos del chino al español porque el fútbol es un lenguaje universal, como los cigarrillos o el vino: aquí son más cumplidos que un luto; lo mismo te invitan constantemente a fumar, incluso en sitios cerrados, que se empeñan en llenarte la copa para que te la vacíes del tirón. Mi santo, educadísimo, ya ha vaciado tres veces la suya porque un buen hombre no para de llenársela al grito de ¡salud!

Aquí es verdadera devoción la que hay por Messi. Mi santo, madridista irredento, tuerce el morro

Leonor pilla la mirada de «no bebas más, majo» que le echo a mi santo, que una ya es medio naxi, y se muere de la risa. «Ay, cómo son mis padres españoles», dice. Schoch, menos descarado, no se atreve a bromear llamándonos papá y mamá, y nos muestra un afecto más tímido. Es nuestra última noche juntos y en el horizonte ya se avista la separación, pero también un nombre mágico: Shangri-La.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

salamancahoy El día que me hago naxi y descubro el lenguaje universal del fútbol